
Cuando un adulto le pide perdón a un niño, le está enseñando una lección valiosa: que todos cometemos errores y que reconocerlos es parte de crecer. Esta práctica fortalece el vínculo y genera confianza, mostrando que el respeto va en ambas direcciones.
Al disculparse, los padres también modelan habilidades emocionales como la empatía, la autorregulación y la responsabilidad afectiva. Lejos de perder autoridad, quienes se disculpan con sus hijos ganan respeto genuino y cercanía emocional.
No se trata de ceder ante todo, sino de reconocer cuando nos equivocamos. Validar sus emociones y mostrar humildad puede cambiar por completo la forma en que se desarrollan las relaciones familiares.