La Razón

El mercado laboral en España ha experimentado un significativo cambio estructural en los últimos tres años, caracterizado por un notable incremento en el uso de contratos fijos discontinuos, lo que algunos analistas han denominado un empleo “dopado”. Esta modalidad contractual, diseñada para cubrir actividades estacionales o intermitentes, ha visto su aplicación expandirse más allá de sectores tradicionalmente vinculados a la temporalidad, como el turismo. La reforma laboral de 2022, que limitó el uso de contratos temporales, presuntamente impulsó esta tendencia, generando un debate sobre la verdadera naturaleza de la estabilidad laboral.

El auge de los contratos fijos discontinuos ha modificado las estadísticas de empleo, aparentemente mejorando los indicadores de estabilidad al reducir drásticamente el número de contratos temporales. Sin embargo, esta transición ha generado críticas sobre la calidad del empleo. Se argumenta que, si bien estos contratos ofrecen una vinculación laboral indefinida, los periodos de inactividad entre temporadas de trabajo pueden dejar a los empleados sin ingresos ni protección durante meses. Esta situación crea una capa de precariedad oculta que no se refleja en las cifras de desempleo tradicionales.

Una consecuencia directa de esta “dopada” mejora del empleo es la dificultad para obtener una imagen fidedigna de la situación real del mercado laboral. Si bien la reducción de la temporalidad es un objetivo deseable, la masificación de los fijos discontinuos puede enmascarar la intermitencia en los ingresos y la inestabilidad para miles de trabajadores. Esto plantea un desafío significativo para la formulación de políticas públicas efectivas, que requieren comprender a fondo las nuevas dinámicas del empleo para garantizar una protección social adecuada y un desarrollo sostenible para todos los segmentos de la fuerza laboral.

Publicado por: Editor Minuto30

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