Nuestra infancia es el terreno donde se plantan muchas de las bases emocionales que nos acompañarán toda la vida. Las experiencias tempranas con cuidadores, afecto o abandono, marcan nuestra forma de amar, confiar y relacionarnos.
Por ejemplo, una persona que creció con vínculos seguros tiende a tener relaciones estables, mientras que quienes vivieron abandono o rechazo pueden desarrollar miedos a la cercanía o dependencia emocional.
Reconocer esos patrones es el primer paso para transformarlos. Sanar la infancia no es olvidar, es entender para crecer.