Una exalumna de centros educativos diseñados para niños superdotados ha compartido recientemente su perspectiva sobre lo que describe como “el lado oscuro” de estas instituciones. Su testimonio resalta una preocupación creciente en el ámbito educativo: la intensa presión académica y la posible negligencia del desarrollo emocional en entornos de alta exigencia. Aparentemente, la experiencia en estos colegios, si bien enfocada en el rendimiento intelectual, puede llevar a que los estudiantes vinculen su autoestima directamente con sus logros académicos, generando una percepción distorsionada de su propio valor.
La mujer, ahora adulta, recuerda que la cultura de estos centros fomentaba una autoexigencia desmedida, donde el fracaso en las evaluaciones presuntamente se interpretaba como una deficiencia personal. Este enfoque, si bien busca potenciar las capacidades cognitivas, podría estar descuidando el bienestar psicológico de los alumnos. Su reflexión subraya la importancia de que los sistemas educativos, especialmente aquellos dedicados a talentos excepcionales, integren herramientas para que los estudiantes comprendan que su valía intrínseca va más allá de las calificaciones y los resultados en pruebas estandarizadas.
Una consecuencia directa de este tipo de experiencias puede ser el desarrollo de problemas de salud mental a largo plazo en los individuos, como ansiedad, depresión y un perfeccionismo autodestructivo. La falta de apoyo emocional y la priorización exclusiva del rendimiento académico pueden generar adultos con grandes capacidades intelectuales, pero con fragilidades emocionales significativas. Este testimonio invita a una reevaluación de los modelos educativos para superdotados, instando a las instituciones a equilibrar la excelencia académica con un enfoque integral que promueva la resiliencia y el bienestar psicológico de sus estudiantes.